Mostrando entradas con la etiqueta porno. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta porno. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de febrero de 2015

Hablemos de San Valentín y porno

Sí, voy a hablar de San Valentín y porno en un mismo espacio. Lo sé, vivo al límite. Estoy mu’ loca. Entiendo que la mayoría de vosotros sabríais distinguir entre el día vomitivamente romántico donde los haya y una simple peli porno que se puede ver cualquier día, pero yo, como últimamente estoy carente de ideas creativas entre tanto examen quiniela, tanto trabajo, tanto estrés y tantos bajones existenciales tipo “mi vida, qué pobre es” (en el sentido más personal y monetario de la palabra), lo he decidido unificar. Porque sí, porque, al fin y al cabo, amor y sexo no deberían estar reñidos. Aunque cuando diga sexo me refiera en este contexto a “hola, cartero. Pasa, que tengo que darte un paquete. Toma, toma, toma. Ah, ah, ah, qué rico, papi -cachete en el culo-”.

Avisados quedáis que no sé por dónde va a salir esta mezcla. San Valentín y porno han sido los temas que más han salido en mi trabajo esta semana, así que hale, lo voy a plasmar todo aquí. A lo grosso y sin borrar, que estoy mu’ loca. Bis.

Ésta era yo ayer por caprichos del destino cruel.
Por una parte, tenemos –tengo– a San Valentín que, teniendo con quien celebrarlo o no, no me quiere. Directamente. Es como si cada año se alinearan los planetas para que, de una manera o de otra, me tenga que quedar en casa. Pero es que este año ha sido como una alineación de planetas superior para mayor crueldad de mi destino, porque sí, amigos, una vez más, en este 14 de febrero me he quedado en casa. Cayendo en sábado. Y en Carnaval. Maldito mundo cruel. 

Y no es que crea yo mucho en eso de Cupidos, corazones y demás hombres cruzando el paso de cebra de delante de tu casa con un ramo de rosas sabiendo que es el único día del año en que le vas a ver en esos románticos términos, sino que creo, al menos, en que la crueldad del destino, en algún momento de mi vida existencial, me premiaría con un ‘algo’. Y cuando digo algo me refiero, aunque sea, a un amigo y/o amiga con quien salir un sábado por la noche, en vez de quedarme viendo laSexta Noche y su análisis de la lista Falciani. Y repito que no es por este puto San Valentín; es más bien por el buen funcionamiento de mi psique, porque hoy, domingo, tooooooooodo el mundo (y cuando digo toooooodo el mundo es tooooooooooodo mi Facebook) han subido mensajes y fotos de amor y, sobre todo y para mayor envidia de mi persona, fiestacas absolutas donde han corrido ron, whisky y muchos chupitos de Jagger (nota mental de mí para vosotros, porque en el fondo os quiero: NUNCA, repito NUNCA –y en mayúsculas- probéis ese líquido de la muerte. Yo le seguí la bola a mi grandísimo Churro –un amigo, no os penséis- y aún sufro las resacosas consecuencias desde hace meses). A lo que iba: Todo eso bañado con un sinfín colorista de disfraces absurdos. Con lo que a mí me gusta hacer el ridículo, por Dios. Pero no, en casa me hallaba, porque novio, amigos y demás personas vitales se encontraban en la no posesión de contentarme. Ni un disfraz. Ni una copa. Ni un chupito. Maldita vida.

Encima todo esto lo tengo que sumar a que no pude acudir a un encuentro de escritores y blogueros porque, para mayor crueldad de mi destino y agenda primeramente solapada y totalmente vacía después, tenía una cita ineludible que no podía cambiar. Pero claro, eso era antes de que el destino quisiera reírse de mí. Una vez más. Tenés todo, tenés nada, como dice uno que yo me sé y al que mucho aprecio, precisamente, no tengo (ya veis, colchoneros, podéis echaros encima de mi persona. Después de este fin de semana de mierda ya no le tengo miedo a nada. Muajajaja).

Me veo aprendiendo así el año que viene.
Y ya dejando a un lado al jodido 14 de febrero, donde se me ha olvidado especificar que lo más divertido y arriesgado que hice en todo el día fue acompañar a mi madre a hacer la compra, pasamos al tema guarrillo del pornis, que sé que lo estabais esperando.

Creo que nadie me creerá cuando diga aquí, en primicia y para todos mis radiovidentes (Esta palabra no existe, ¿verdad?) que nunca he visto porno. Y cuando digo nunca, no cuento aquella vez que otro amigo me puso el vídeo porno casero de Paris Hilton en su casa, con pizzas y calimocho un viernes cualquiera. Eso era casero y pixelado, a lo Canal+, así que no, no lo contamos.

Pues estando esta semana en la oficina, ésa en la que no pasa un día en que casi me haga pis encima de lo que me río, salió el tema típico entre compañeros (sí, sí, he dicho típico) de “hay que ver porno para aprender”. Porque sí, amigos, un compi me relató en un verdadero partido de tenis (solo hablábamos él y yo mientras el resto miraba a uno y otro lado flipando con nuestro debate de vidas sexuales varias), que el porno es educación. 

Según él, los tíos no ven porno para lo que viene siendo su disfrute y goce personal, no, sino para “aprender y luego educar al mundo”. Y cuando digo mundo me refiero a –palabras textuales- “novia, amigas o lo que surja”. 

Pero, vamos a ver, hombres del mundo, que no hace falta haber visto pornis para saber que eso, queridos míos, es UNA PELÍCULA. Mala y sin argumento, pero una película, al fin y al cabo. Ficción, amigos. No queráis descoyuntarnos por la mitad porque visteis que una actriz se descuajaringaba en dos para ese toma, toma, saca, saca más profundo. 

Pero bueno, que yo soy muy de hacer autocrítica y quizás tengáis razón en eso de aprender para después educar. O reeducar. Vaya, que podía haber aprovechado mi mierda de día de San Valentín para haberme puesto a estudiar artes amatorias a la par que sexuales. No pasa nada, total, para el próximo año volveré a no tener cita o fiesta con disfraz incluido… Un forever alone en toda regla. Pero oye, al menos tendré para estudiar. Clic.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Reflexiones sexo-literarias y otras cosas que pasan en la sala de espera del médico

Buenas a todos y todas. Hoy no creo que pueda excederme demasiado, ya que, de un momento a otro, la gente se arremolinará en mi salón para desear un feliz cincuenta y... cumpleaños a la mujer que me dio la vida. Pero no quería dejar pasar la oportunidad de soltar las polladas que se me están pasando ahora mismo por la cabeza. Más que nada por preguntaros también a vosotros si las pensáis o soy sólo yo, que estoy más p'allá que p'acá, que vale, todos sabemos que sí, pero todo tiene un límite.

Mi reflexión del día es: "¿De verdad vende tanto el porno, el erotismo, el sado, vamos, el sexo en la literatura moderna?". Pues, a mi entender, la respuesta es sí. Ni Dios se salva de haber leído la trilogía de Christian Grey, por ejemplo. Y ahora muchos diréis "oh, oh, yo no la he leído", pero, amigos, ¿a qué sabéis perfectamente de quién estoy hablando? ¿Y de que van a hacer una película de ese truñaco de historia que, por cierto, me enganchó hasta el punto casi bestial de quedarme sin vida propia? 

Pues eso, que sí, que el sexo en los libros vende, pero, amigos, una cosa es leerlos y otra, muy diferente, escribirlos. Y pensaréis que por qué peinetas os estoy explicando esto. Bien, pues porque hoy tengo un día muy ajetreado sexual-literariamente hablando.

¿Por qué? Pues lo primero es porque, esperando en la sala del médico que me suele atender, porque me ha salido un puto orzuelo del tamaño de un oso, me he llevado un libro. Y no, no el de Grey, sino una trilogía que también se está haciendo bastante conocida. Voy ya por el segundo libro ('Reflejada en ti'), pero ni siquiera me acuerdo de cómo se llama el primero. Una historia que no sabría describiros, más allá de que son una pareja con bastantes traumas infantiles que solucionan todos su problemas (que no son pocos) follando. Y sí, suena fuerte la palabra, pero es que no me sale decir otra. Porque se querrán y todo el paripé, pero fornican como conejos en la historia. De hecho, es lo único que hacen. Y si encima cada vez que lo hacen, es decir, unas cuatro veces por página, la palabra SEXO está en mayúsculas, pues claro, al final la señora que está esperando a tu lado (matizo: la puta señora cotilla) acaba echando un ojo al libro. Y dos ojos. Y tres. Y cuatro. Y al final termina leyendo lo que tú estás intentando leer en la "intimidad", hasta que llega un momento en que la mujer te dice: "¿esto es lo del Grey que todo el mundo habla?" Y claro, te dan ganas de mandarla a la mierda por dos cosas: por cotilla y por mentirosa, porque, a día de hoy, hasta mi abuela, la del pueblo, sabe quién es Christian Grey. "No, señora, es otra novela." "Sí, pero bien que es de SEXO también, ¿eh?" (codazo incluido). 

Aún doy gracias por que mi médico justo saliese a nombrarme y así pude dejarla con la palabra en la boca, porque, a ver, qué coño le respondes a esa mujer que te está llamando no menos que guarrilla, cuando era ella la que estaba cotilleando MI libro y poniéndose tontorrona.

Y lo segundo es porque... Mi súper novela ya está más que avanzada y, claro, tenía que llegar este momento, tarde o temprano (y mirad que lo he postergado). ¿Cuál? Os preguntaréis. Pues la escena de sexo, ¡qué iba a ser, si no! Pues eso, que aquellos que me conocéis sabéis que soy una persona sin pelos en la lengua, que suelo hablar de todo abiertamente, pero escribirlo ya es otro cantar. Y más cuando no se trata de sexo, sino de amor. En serio, no sabéis cuán difícil es tragarse a la Samantha Jones que tengo dentro y dejar aflorar a una Charlotte que muere por el romanticismo. Porque, amigos, el romanticismo no es que sea precisamente una característica de mi persona. Si a eso le sumamos que la escena en cuestión que he tenido que escribir es ficticia, pues se juntan dos cosas. ¡Ay, Dios, lo que me ha costado! Lo peor de todo es que según me salía una nueva palabra, se me venía a la cabeza lo que pensaría mi madre cuando lo leyese. No, mamá, yo no hago esas cosas. Te lo prometo.

Por cierto, a este respecto sobre las novelas erótico festivas, éstas que nos molan, que parece que nos gusta que nos traten mal o algo, me hacen tener una eterna duda que ha vuelto a mi mente, leyendo hoy en la sala de espera. ¿Los escritores (escritoras) creen realmente que es morboso que el hombre le lave el pelo a la mujer? Porque, en serio, me parece lo más patético que he visto en mucho tiempo. Desde que ya lo vi en un capítulo de 'Sexo en Nueva York', cuando le lavaban el pelo a Miranda (sí, la única no agraciada del grupo), pasando por (otra vez) 'Cincuenta sombras de Grey' o ahora con la novela ésta que ha caído en mis manos, me parece horribilis, de verdad. Pero, no sé, ¿qué pensáis vosotros? ¿Soy el único ser viviente en este planeta que piensa que para eso están los peluqueros y el champú Herbal Essence?

En fin, me despido, porque llegarán los invitados de un momento a otro. Una tarde en la que no pararemos de comer. Y comer. Y comer. Y comer. Genial para mi no dieta. Clic.